Resumen. Geertz, Ideología como sistema cultural – Versión de Gabriel López

Clifford Geertz, “La ideología como sistema cultural” en La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1992, pp. 171-202.
Resumen y síntesis de Gabriel Alfonso López Hernández

Síntesis

La objetividad del estudio del término “ideología” ha sido un problema a resolver especialmente de la ciencia social moderna. Diversos teóricos de la ideología han intentado analizar la misma aduciendo procedimientos de plena neutralidad, imparcialidad, desinterés, entre otras cosas; es decir, utilizando características que lo hacen a uno ser “objetivo”. Pero todos ellos se han encontrado con oposiciones a sus teorías, calificándolas de ideologizadas, cayendo así, en lo que se le conoce como la paradoja de Mannheim. En su proceso de construir “un concepto no evaluativo de la ideología” se vio sometido a cuestionar su propio punto de vista, encontrándose en un relativismo que lo llevó a cuestionar la objetividad del análisis sociológico.

Clifford Geertz habla de la posibilidad de escapar a la paradoja mediante un refinamiento del aparato conceptual por el análisis de la ideología desde el contexto cultural, sociopsicológico y de la significación. Las dos teorías principales en el estudio de los determinantes sociales de la ideología corresponden a la teoría del interés y de la tensión, cuyas deficiencias radican en no tomar en cuenta a las ideologías como sistemas de símbolos en interacción. Es por esto que existe la necesidad de desarrollar una nueva ciencia que se dedique a la conducta simbólica, porque a los sociólogos les hacen falta recursos con los cuales formular una teoría de la ideología mejor analizada.

Así como los símbolos sirven para orientarnos, también la ideología cumpliría esta función orientativa: cuando existen tensiones sociopsicológicas y faltan recursos culturales (lo cual genera incertidumbre), surgirán ideologías para estabilizar a la sociedad y propondrán nuevas formas de significación del entorno. Por último, la ciencia y la ideología, a pesar de ser tópicos diferentes, tienen una relación, pues la ideología articula la condición y la dirección de la sociedad, mientras que la ciencia comprenderá y criticará esos aspectos.

Resumen

I.


Una de las pequeñas ironías de la historia intelectual moderna consiste en que el término "ideología" ha llegado a estar él mismo completamente ideologizado. El proceso histórico por el cual el concepto de ideología vino a formar él mismo parte de la cuestión a que el concepto se refiere; de si esta absorción en su propio referente, destruyó su utilidad científica en general; en el caso de Mannheim, fue el motivo conductor de toda su obra: la construcción de una "concepción no evaluativa de la ideología".

Pero cuanto más Mannheim ahondaba en el problema, más profundamente envuelto se veía en sus ambigüedades hasta que, empujado por la lógica de sus supuestos iniciales a someter hasta su propio punto de vista al análisis sociológico, terminó en un relativismo ético y epistemológico que a él mismo le resultaba incómodo. Así como la paradoja de Zenón (de Aquiles y la tortuga) planteaba inquietantes cuestiones sobre la validez del razonamiento matemático, la paradoja de Mannheim las planteaba con respecto a la objetividad del análisis sociológico. Donde, si es que en alguna parte, termina la ideología y comienza la ciencia fue el enigma de buena parte del pensamiento sociológico moderno y el arma sin herrumbre de sus enemigos.

Aunque repetidamente se haya proclamado el advenimiento de una sociología científica, el reconocimiento de su existencia dista mucho de ser universal, aun entre los propios científicos sociales, y en ninguna esfera es mayor la resistencia a sus pretensiones de objetividad que en el estudio de la ideología. Esta falta de efectividad se manifiesta principalmente al tratar la ideología como una entidad en sí misma, como un sistema ordenado de símbolos culturales en lugar de discernir sus contextos sociales y psicológicos. Y la posibilidad de escapar a la paradoja de Mannheim está por eso en el perfeccionamiento de un aparato conceptual capaz de tratar más efectivamente la significación.

II.


La concepción de la ideología hoy imperante en las ciencias sociales es una concepción enteramente evaluativa. Ni siquiera en niveles más abstractos y teóricos, en los que el interés es puramente conceptual, desaparece la noción de que el término "ideología" se aplica apropiadamente a las ideas de aquellos "que tienen opiniones rígidas y siempre erróneas". Tiene uno la libertad de limitar el referente del término "ideología" a "algo dudoso, sospechoso", si así lo desea y tal vez puede hacerse una defensa de tipo histórico de esta actitud. Pero si uno limita así el uso del término, ya no puede escribir obras sobre las ideologías de los hombres, y esperar al propio tiempo que nuestros escritos se consideren neutrales.

Es posible que el término "ideología" quede sencillamente eliminado de todo el discurso científico y sea abandonado a su suerte polémica, pero como por el momento no parece haber nada que lo reemplace y como está por lo menos parcialmente establecido en el léxico técnico de las ciencias sociales, parece más aconsejable hacer un esfuerzo para clarificarlo.

III.


Las debilidades intrínsecas del concepto evaluativo de ideología, especialmente se manifiestan en los estudios de las fuentes y consecuencias sociales de la ideología, pues en tales estudios el concepto está acoplado a un aparato muy desarrollado de análisis del sistema social y del sistema de personalidad, cuya misma fuerza sólo sirve para hacer resaltar la falta de una fuerza análoga en el plano cultural (es decir en el sistema de símbolos).

Actualmente hay dos posiciones principales en el estudio de los determinantes sociales de la ideología: la teoría del interés y la teoría de la tensión. Según la teoría del interés, los pronunciamientos ideológicos han de verse sobre el fondo de una lucha universal para lograr ventajas; según la teoría de la tensión, atendiendo a un permanente esfuerzo de corregir el desequilibrio sociopsicológico.

La teoría del interés coloca las raíces de los sistemas culturales en el sólido terreno de la estructura social, poniendo énfasis en las motivaciones de aquellos que profesan dichos sistemas y en la dependencia de esas motivaciones a su vez respecto de la posición social. Señala que las ideas son armas y que una manera excelente de institucionalizar una determinada visión de la realidad es alcanzar el poder político e imponer dicha visión. Si la teoría del interés no tiene ahora la hegemonía que antes poseía, se debe a que su aparato teórico resultó demasiado rudimentario para afrontar la complejidad de la interacción de factores sociales, psicológicos y culturales que ella misma revelaba. A falta de un análisis bien desarrollado de las motivaciones, se vio constantemente obligada a fluctuar entre un estrecho y superficial utilitarismo que ve a los hombres impulsados por cálculos racionales en procura de ventajas personales. La idea de que la acción social es fundamentalmente una interminable lucha para alcanzar el poder, conduce a una indebida concepción maquiavélica de la ideología, y en consecuencia, a descuidar sus funciones sociales. Reducir la ideología a un arma, significa reducir el alcance intelectual de dicho análisis y limitarlo al estrecho realismo de estrategias y tácticas. Lo que transforma la teoría del interés en teoría de la tensión es la suma de una concepción desarrollada de los sistemas de personalidad, de sistemas sociales y de sus modos de interpretación.

La idea clara y distinta de la cual parte la teoría de la tensión es la permanente mala integración de la sociedad. Hay discrepancias entre metas en el seno de diferentes sectores. Esta fricción o tensión social se manifiesta en el nivel de la personalidad como tensión psicológica. El hecho de que la sociedad y la personalidad sean sistemas organizados, significa que las tensiones sociopsicológicas que la sociedad y la personalidad producen son también sistemáticas, que las ansiedades derivadas de la interacción social tienen una forma y un orden que le son propios.

Aquí el modelo es médico. Una ideología es una enfermedad que exige un diagnóstico. Se han empleado generalmente cuatro clases principales de explicaciones: la catártica, la moral, la de solidaridad y la de propugnación. Por "explicación catártica" se entiende la válvula de escape: las tensiones emocionales se descargan al ser desplazadas a enemigos simbólicos. Por "explicación moral" se entiende la capacidad de una ideología para sostener a los individuos (o grupos) frente a tensiones permanentes. La ideología salva la brecha emocional entre las cosas tales como son y las cosas tales como desearíamos que fueran y así asegura el desempeño de roles que de otra manera podrían ser abandonados a causa de la desesperación o la apatía. Por "explicación de la solidaridad" se entiende la fuerza que la ideología tiene para mantener unido un grupo social o una clase. Por último, la "explicación de propugnación" se refiere a la acción de las ideologías (y de los ideólogos) que tienden tanto a oscurecer como a clarificar la verdadera naturaleza de los problemas tratados, llaman la atención sobre su existencia y al polarizar las cuestiones hacen que resulte más difícil pasarlas por alto.

A pesar de toda su sutileza en la indagación de los motivos de la empresa ideológica, el análisis que hace la teoría de la tensión de las consecuencias de la ideología es crudo, vacilante y evasivo. Desde el punto de vista del diagnóstico es convincente; funcionalmente no lo es.

Tanto la teoría del interés como la teoría de la tensión van directamente desde el análisis de la fuente al análisis de la consecuencia sin examinar en ningún momento seriamente las ideologías entendidas como sistemas de símbolos en interacción, como estructuras de entretejidas significaciones. La cuestión de saber cómo los símbolos simbolizan, cómo funcionan para expresar significaciones, sencillamente se ha eludido.

IV.


Resulta interesante el hecho de que la corriente general de la teoría científica social no fue afectada por una de las corrientes más importantes del pensamiento reciente: el esfuerzo de construir una ciencia independiente de lo que Kenneth Burke llamó "acción simbólica". A los sociólogos les faltan los recursos simbólicos con los cuales pudieran construir una formulación más aguda de la teoría de la ideología. La verdad no es lo que varía con los contextos sociales, psicológicos y culturales, sino que lo que varía son los símbolos que elaboramos en nuestros intentos, desigualmente efectivos, de aprehenderla. La sociología del conocimiento debería llamarse la sociología de la significación pues lo que está socialmente determinado no es la naturaleza de la concepción, sino sus vehículos.

Entre una figura ideológica y las realidades sociales en medio de las cuales aparece esa figura existe una interrelación compleja. No sólo es la estructura semántica de la figura mucho más compleja de lo que parece en la superficie, sino que un análisis de esa estructura nos obliga a rastrear una multiplicidad de conexiones y referencias entre ella y la realidad social, de suerte que el cuadro final es el cuadro de una configuración de significaciones no similares de cuyo entrelazamiento deriva la fuerza expresiva y la fuerza retórica del símbolo final.

V.


Haciéndonos la pregunta: ¿qué queremos decir precisamente cuando afirmamos que las tensiones sociopsicológicas están "expresadas" en formas simbólicas? Damos en una teoría sobre la naturaleza del pensamiento humano entendido como una actividad pública y no fundamentalmente, como una actividad privada. La proposición que define esta manera de abordar el pensamiento, que podemos llamarla "teoría extrínseca", es la de que el pensamiento consiste en la construcción y manejo de sistemas simbólicos con los estados y procesos del mundo exterior.

Pensar con imágenes es construir una imagen del ambiente, hacer que el modelo discurra más rápido que el ambiente y predecir que el ambiente se comportará como se comporta el modelo. Una vez construido el modelo se lo puede manipular bajo diversas condiciones y coacciones hipotéticas. El organismo es pues capaz de "observar" el resultado de esas manipulaciones y proyectarlas al ambiente de manera que sea posible la predicción. Toda percepción consciente es un acto de reconocimiento, un acto en el cual un objeto es identificado al comparárselo con un símbolo apropiado. No es suficiente decir que uno tiene conciencia de algo; uno tiene además conciencia de que algo es algo.

Los llamados sistemas de símbolos cognitivos y los llamados expresivos, son fuentes extrínsecas de información, de las cuales puede estructurarse la vida humana. Son mecanismos extrapersonales para percibir, comprender, juzgar y manipular el mundo. Los esquemas culturales suministran un patrón o modelo (fuentes intrínsecas de información), para organizar procesos sociales y psicológicos, así como los sistemas genéticos proveen un correspondiente modelo de la organización de procesos orgánicos.

Siendo agente de su propia realización, el hombre crea, valiéndose de su capacidad general para construir modelos simbólicos, las aptitudes específicas que lo definen. Se hace un animal político por obra de la construcción de ideologías, de imágenes esquemáticas de orden social.

Como los diversos tipos de sistemas de símbolos culturales son fuentes extrínsecas de información, ellos entran decisivamente en juego en situaciones en las que falta el tipo particular de información que ellos contienen, en situaciones en que las guías institucionalizadas de conducta, de pensamiento o de sentimiento son débiles o no existen. Cuando llegan a cuestionarse opiniones y reglas de vida consagradas, florece el afán de encontrar formulaciones ideológicas sistemáticas, ya para reformar aquellas opiniones y reglas, ya para reemplazarlas.

Lo que más directamente da nacimiento a la actividad ideológica es una pérdida de orientación, una incapacidad (por falta de modelos viables) de comprender el universo de las responsabilidades y derechos cívicos en que uno se encuentra. En cierto modo, esta afirmación no es sino otro modo de decir que la ideología es una respuesta a un estado de tensión. Sólo que ahora estamos abarcando la tensión cultural, así como la tensión social y psicológica. La confluencia de tensiones sociopsicológicas, cuando faltan recursos culturales mediante los cuales se pueda dar sentido a las tensiones, prepara el escenario para que aparezcan ideologías sistemáticas. Y, a su vez, es el intento de las ideologías de dar sentido a situaciones sociales incomprensibles, de interpretarlas de manera que sea posible obrar con significación dentro de ellas, lo que explica la naturaleza en alto grado figurada de las ideologías y la intensidad con que, una vez aceptadas, se las sostiene. Además de cualquier otra cosa que puedan ser, las ideologías son, de manera sumamente clara, mapas de una realidad social problemática y matrices para crear una conciencia colectiva.

VI.


Si bien, desde luego, el fermento ideológico está muy difundido en la sociedad moderna, en este momento quizá su localización más prominente esté en los nuevos (o renovados) Estados de Asia, África y algunas partes de América Latina, pues en esos Estados es donde se están dando los pasos iniciales para apartarse de la tradicional organización política. Una desorientación frente a la cual las imágenes recibidas de autoridad, de responsabilidad y de finalidad cívica parecen radicalmente inadecuadas, busca un nuevo marco simbólico que permita concebir y formular los problemas políticos y la manera de reaccionar a ellos.

En el mundo actual (1964), esta observación no es más cierta de lo que es en Indonesia, donde todo el proceso político está cubierto por la costra de símbolos ideológicos, cada uno de los cuales intenta desenmarañar el catálogo de la república, nombrar su causa y dar sentido y finalidad a su organización política.

El desorden es general y la incapacidad de crear un marco conceptual dentro del cual se pueda elaborar una entidad política moderna es en gran parte un reflejo de las tremendas tensiones sociales y psicológicas por las que están pasando el país y su población. Las cosas están revueltas, y se necesitará algo más que una teoría para desenredarlas. Será necesario desplegar destreza administrativa, conocimientos técnicos, coraje y resolución personales, paciencia y tolerancia sin límites, enormes sacrificios, una conciencia pública virtualmente incorruptible y una dosis muy grande de buena suerte en el sentido más material de la expresión. Las formulaciones ideológicas, por elegante que sea su presentación, no pueden sustituir a ninguno de estos elementos que, si faltan, hacen que la ideología degenere en una pantalla de humo para ocultar el fracaso, en una maniobra de distracción para retardar la desesperación, en una máscara para ocultar la realidad, en lugar de ser un retrato que la revele.

VII.


La mejor manera de tratar la paradoja de Mannheim, como cualquier otra paradoja verdadera, es pasar a su lado eludiéndola y reformular un enfoque teórico propio, a fin de echar a andar una vez más por la senda tan trillada de argumentación que condujo a la paradoja en primer término.

Las diferencias entre la ciencia y la ideología en tanto sistemas culturales han de buscarse en las clases de estrategias simbólicas que abarquen las situaciones que aquellas respectivamente representan. La ciencia nombra la estructura de las situaciones de manera tal que la actitud asumida respecto de ellas es una actitud desinteresada, objetiva. Su estilo es resueltamente analítico: al rehuir los expedientes semánticos que con mayor efectividad formulan sentimientos morales, la ciencia trata de maximizar la claridad intelectual. Pero la ideología nombra la estructura de las situaciones de manera tal que la actitud asumida frente a ellas es una actitud de participación. Su estilo es deliberadamente sugestivo: al objetivizar sentimientos morales valiéndose de esos mismos expedientes que la ciencia rehúye, la ideología trata de motivar acción. Ciencia e ideología están interesadas en definir una situación problemática y son respuestas a un sentimiento de falta de la información requerida.

Aunque la ciencia y la ideología sean empresas diferentes, no dejan de estar relacionadas. Las ideologías exponen pretensiones empíricas sobre la condición y la dirección de la sociedad y a la ciencia le corresponde estimar esa condición y esa dirección. La función social de la ciencia frente a las ideologías es, primero, comprenderlas –lo que son, cómo operan, qué les da nacimiento– y luego criticarlas, obligarlas a llegar a un arreglo con la realidad, aunque no necesariamente a rendirse.

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