Resumen. Geertz, Ideología como sistema cultural – Versión de Daniel Sandoval

Clifford Geertz, “La ideología como sistema cultural” en La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1992, pp. 171-202.
Resumen y síntesis de Daniel Aurelio Sandoval Valenzuela

Síntesis

La ideología o la teoría sobre la ideología ya aparece ideologizada: hablar acerca del tema ideológico parece merecer inmediatamente ser calificado de estar ideologizado. Es posible realizar una analogía entre los avances de teorizar acerca de la ideología (que al mismo tiempo es un impedimento) y las paradojas de Zenón de Elea. El tratar de teorizar la ideología es un impedimento ya que esa teoría sobre la ideología tiene pretensiones de objetividad, y es paradójicamente imposible hablar con objetividad de la ideología porque en ese sentido esta “teoría de la ideología” será una ideología entre otras, más que una ciencia social. A este se le llama la paradoja de la ideología: Al momento de elaborar esa teoría o cualquier teoría, los términos en los cuales está formulada pueden servir a unos intereses o a otros y en esa medida ser calificados de ideológicos.

El problema de la ideología parece que radica en las creencias evaluativas, es decir el modo en que juzgan las cosas: el problema es que hay ciertas creencias evaluativas que realizan las ciencias sociales y que postulan no cómo creencias evaluativas sino cómo creencias fácticas. Lo que postula Geertz es la posibilidad de una teoría sobre la ideología que no sea dependiente de creencias evaluativas, una teoría no evaluativa de la ideología.

Hay dos formas de teorizar la ideología:
  • La teoría del interés, entendida como la justificación de las creencias de un grupo para beneficio de una élite.
  • La teoría de la tensión: Las creencias que posee un grupo pueden ser abordadas, no tanto como creencias impuestas para el beneficio de otro grupo, sino como una expresión de las tensiones en una sociedad.

Esta segunda teoría puede ser nombrada “modelo médico”, ya que hace un diagnóstico de la sociedad, a diferencia de la teoría del interés que se rige bajo un “modelo militar”, porque es la imposición de un orden. Pero más que hacer un diagnóstico, se trata de identificar las tensiones pertinentes, bajo cuatro clases de explicación: la catártica, la moral, la de  solidaridad y la de propugnación.

Interactuamos como individuos con las creencias a partir de la dimensión simbólica. Los símbolos sirven para asignar un concepto que intenta relacionarse con un referente, es decir con algo más allá del propio discurso. Es por esto que los símbolos cumplen la función de localizarte. La ideología va a ser el modo de orientarse en una situación desconocida, así como lo que nos permiten los símbolos es orientarnos frente a las cosas.

Resumen

Es una ironía de la historia intelectual moderna que el término “ideología” ha llegado a estar él mismo completamente ideologizado. Un concepto que antes significaba sólo un conjunto de proposiciones políticas, se ha convertido en “las aserciones, teorías y metas integradas, que constituyen una programa político-social, a menudo con la implicación de artificiosa propaganda”, por citar el diccionario Webster.

El proceso histórico por el cual el concepto de ideología vino a formar él mismo parte de la cuestión a que el concepto refiere fue trazado por Karl Mannheim, que a lo largo de su obra busca la construcción de una “concepción no evaluativa de la ideología”, aunque le resultó problemático el explicar su teoría, ya que afectaba los fundamentos mismos del conocimiento racional. A esto se le llamó la paradoja de Mannheim. Así como la paradoja de Zenón de Elea planteaba inquietantes cuestiones sobre la validez del razonamiento matemático, la paradoja de Mannheim las planteaba con respecto a la objetividad del análisis sociológico.

Se demostrara que las ciencias sociales no han desarrollado todavía una concepción no evaluativa de la ideología; que este defecto se debe menos a indisciplina metodológica que a tosquedad teórica; que esta falta de efectividad se manifiesta principalmente al tratar la ideología como una entidad en sí misma, como un sistema ordenado de símbolos culturales en lugar de discernir sus contextos sociales y psicológicos, y que la posibilidad de escapar a la paradoja de Mannheim está por eso en el perfeccionamiento de un aparato conceptual capaz de tratar más efectivamente la significación.

Que la concepción de la ideología hoy vigente en las ciencias sociales es una concepción enteramente evaluativa (despectiva), es un hecho bastante mostrado: “El estudio de la ideología versa sobre un modo de pensamiento que está entregado a su propio curso” dice Werner Stark, quien también sostiene que todas las formas de pensamiento están socialmente condicionadas por su misma naturaleza.

El estudio de la ideología se refiere a las causas del error intelectual. “El problema de la ideología surge cuando hay una discrepancia entre lo que se cree y lo que se puede establecer científicamente cómo correcto”. Las “desviaciones” y “discrepancias” del caso son de dos clases generales. La primera es aquella en que la ciencia social es selectiva en la clase de cuestiones que formula, en los particulares problemas que decide abordar. La segunda clase de discrepancia es la del pensamiento ideológico que, no contentándose con la mera ultraselectividad, deforma positivamente hasta aquellos aspectos de la realidad que él mismo reconoce, deformación que se hace manifiesta sólo cuando las afirmaciones del caso se cotejan con las conclusiones llenas de autoridad de la ciencia social. Si la fuerza crítica de las ciencias sociales procede de su desinterés, ¿no queda comprometida esa fuerza cuando el análisis del pensamiento político está gobernado por semejante concepto, de la misma manera en que el análisis del pensamiento religioso quedaría comprometido cuando se le expone en términos de “superstición”?

Actualmente hay dos posiciones principales en el estudio de los determinantes sociales de la ideología: la teoría del interés y la teoría de la tensión. Las dos teorías no son necesariamente contradictorias; solo que la teoría de la tensión  (que nació en respuesta de las dificultades empíricas que encontraba la teoría del interés), siendo menos simplista, es más penetrante, menos concreta, más general.

La gran ventaja de la teoría del interés era el hecho de colocar las raíces de los sistemas culturales en el sólido terreno de la estructura social, poniendo énfasis en las motivaciones de aquellos que profesan dichos sistemas y en la dependencia de esas motivaciones a su vez respecto de la posición social, especialmente de la clase social.

Uno de los principales defectos de la teoría del interés sería la falta de un análisis bien desarrollado de las motivaciones. Así como la teoría de interés es al mismo tiempo un concepto psicológico y sociológico –que se refiere tanto a las ventajas de un individuo o de un grupo de individuos como a la estructura objetiva de la circunstancia en la cual se mueve el individuo o grupo– también lo es la “deformación”, pues ella se refiere tanto a un estado de tensión personal como a una condición de disolución social.

La diferencia esta en que con la “tensión” se pintan más sistemáticamente las motivaciones y el contexto estructural social así como sus relaciones recíprocas. Lo que transforma la teoría del interés en teoría de la tensión, es en realidad, la suma de una concepción desarrollada de los sistemas de personalidad por un lado, y de sistemas sociales por el otro. La idea clara y distinta de la cual parte la teoría de la tensión es la permanente mala integración de la sociedad. Esta fricción o tensión social se manifiesta en el nivel de la personalidad individual cómo tensión psicológica. Lo que se ve colectivamente cómo incongruencia estructural se siente individualmente cómo inseguridad personal, pues es en la experiencia del actor social donde se encuentran y exacerban recíprocamente las imperfecciones de la sociedad y las contradicciones de carácter. Pero, al mismo tiempo, el hecho de que la sociedad y la personalidad sean sistemas organizados antes que meros conjuntos de instituciones o puñados de motivos, significa que las tensiones socio-psicológicas que la sociedad y la personalidad producen son también sistemáticas: las ansiedades derivadas de la interacción social tienen una forma y un orden que le son propios. En el mundo moderno por lo menos, la mayor parte de los hombres vive vidas de desesperación configurada.

El pensamiento ideológico es pues considerado como (una especie de) respuesta a esa desesperación: “la ideología es una reacción estructurada a las tensiones estructuradas de un rol social”. La ideología suministra “una salida simbólica” a las agitaciones emocionales generadas por el desequilibrio social.

Aquí el modelo es no militar, sino médico: una ideología es una enfermedad que exige un diagnóstico. “El concepto de tensión no es en sí mismo una explicación de esquemas ideológicos sino que es un rótulo generalizado para designar las clases de factores que hay que buscar para elaborar una explicación”. Pero más que diagnóstico, se trata de identificar tensiones permanentes. Aquí se han empleado generalmente cuatro clases principales de explicaciones: la catártica, la moral, la de solidaridad y la de propugnación. 

  • Por “explicación catártica” se entiende la venerable válvula de escape o la teoría de la víctima propiciatoria. Las tensiones emocionales se descargan al ser desplazadas a enemigos simbólicos. La explicación es tan simplista como el recurso mismo; pero es innegable que al suministrar objetos legítimos de hostilidad, la ideología puede de alguna manera suavizar el dolor de ser un pequeño burócrata, un jornalero o un insignificante tendero de una pequeñas ciudad.
  • Por “explicación moral” se entiende la capacidad de una ideología para sostener a los individuos (o grupos) frente a tensiones permanentes, ya al negarlas directamente, ya al legitimarse en términos de valores superiores. La ideología salva la brecha emocional entre las cosas tales cómo son y las cosas tales cómo desearíamos que fueran y así asegura el desempeño de roles que de otra manera podría ser abandonados a causa de las desesperación o la apatía.
  • Por “explicación de la solidaridad” se entiende la fuerza que la ideología tiene para mantener unido un grupo social o una clase.
  • Por último, la “explicación de propugnación” se refiere a la acción de las ideologías (y de los ideólogos) que articulan, aunque de manera parcial e indistinta, las tensiones que los impulsan con lo cual obliga al público a que las advierta.

Tanto la teoría del interés cómo la teoría de la tensión van directamente desde el análisis de la fuente al análisis de la consecuencia sin examinar en ningún momento seriamente las ideologías entendidas como sistemas de símbolos en interacción, como estructuras de entretejidas significaciones. La cuestión de saber cómo los símbolos simbolizan, cómo funcionan para expresar significaciones, sencillamente se ha eludido.

Sobre la efectividad del símbolo: el símbolo o bien engaña a los desinformados (según la teoría del interés) o bien excita a los irreflexivos (según la teoría de la tensión). Pero ni siquiera se considera que, en efecto, el símbolo podría derivar su fuerza de la capacidad de aprehender, formular y comunicar realidades sociales que se sustraen al templado lenguaje de la ciencia, que el símbolo puede expresar significaciones más complejas.

¿Qué queremos decir precisamente cuando afirmamos que las tensiones sociopsicológicas están “expresadas” en formas simbólicas? La “teoría extrínseca” es la de que el pensamiento consiste en la construcción y manejo de sistemas de símbolos que son empleados como modelos de otros sistemas físicos, orgánicos, sociales, psicológicos, etc. de tal manera que la estructura de esos otros sistemas sea “comprendida”. La acción de pensar, la conceptualización, la formulación, la comprensión o lo que se quiera consiste, no en un espectral proceso que se desarrolla en la cabeza de alguien, sino en un cotejo de los estados y procesos  de modelos simbólicos con los estados y procesos del mundo exterior.

Pensar con imágenes es ni más ni menos construir una imagen del ambiente, hacer que el modelo discurra más rápido que el ambiente y predecir que el ambiente se comportara cómo se comporta el modelo... El primer paso en la solución de un problema consiste en construir un modelo o imagen de los “rasgos importantes” del (ambiente). Una vez construido el modelo se puede manipular bajo diversas condiciones y coacciones hipotéticas. El organismo es capaz de “observar” el resultado de esas manipulaciones y proyectarlas al ambiente de manera que sea posible la predicción.

Esta concepción, desde luego, no niega la conciencia: la define. Toda percepción consciente es un acto de reconocimiento, un acto en el cual un objeto (o un hecho, un acto, una emoción) es identificado al compararlo con un símbolo apropiado: No es suficiente decir que uno tiene conciencia de algo; uno tiene además conciencia de que algo es algo. Cuando paseo la mirada por la habitación, me doy cuenta de una serie de actos, realizados casi sin esfuerzo, de verificación: veo un objeto y sé lo que es. Si la mirada cae sobre algo no familiar, inmediatamente me doy cuenta de que falta uno de los términos del cotejo y pregunto qué es (el objeto), una pregunta extraordinariamente misteriosa. Lo que falta y aquello por lo que se pregunta es un modelo simbólico en el cual hago entrar “algo no familiar” para hacerlo así familiar.

Si veo a cierta distancia un objeto y no lo reconozco, puedo verlo como una sucesión de cosas diferentes, cada una de las cuales es rechazada por el criterio de correspondencia a medida que me voy acercando hasta llegar a una que está positivamente certificada. Cualesquiera que sean las otras diferencias que presentan los llamados símbolos o sistemas de símbolos cognitivos y los llamados expresivos, tienen por lo menos algo en común: son fuentes extrínsecas de información en virtud de las cuales puede estructurarse la vida humana, es decir, son mecanismos extrapersonales para percibir, comprender, juzgar y manipular el mundo.

Como la ciencia y la ideología son “trabajos” críticos e imaginativos (es decir estructuras simbólicas), una formulación objetiva de las pronunciadas diferencias que presentan la naturaleza de la relación que guardan entre sí parece lograrse mejor partiendo del concepto de estrategias estilísticas antes que de un nervioso interés por la condición epistemológica o axiológica de las dos formas de pensamiento. Así como los estudios científicos sobre la religión no deberán comenzar con innecesarias preguntas sobre la legitimidad de las pretensiones de la religión, tampoco los estudios científicos de la ideología deberían comenzar con semejantes preguntas. La mejor manera de tratar la paradoja de Mannheim, como cualquier otra paradoja verdadera, es pasar a su lado eludiendo y reformular un enfoque teórico propio, a fin de echar a andar una vez más por la senda tan trillada de argumentación que condujo a la paradoja en primer término.

Las diferencias entre la ciencia y la ideología en tanto sistemas culturales han de buscarse en las clases de estrategias simbólicas que abarquen las situaciones que aquellas respectivamente representan. La ciencia nombra la estructura de las situaciones de manera tal que la actitud asumida respecto de ellas es una actitud desinteresada, objetiva. Pero la ideología nombra la estructura de las situaciones de manera tal que la actitud asumida frente a ellas es una actitud de participación. Ciencia e ideología están interesadas en definir una situación problemática y son respuestas a un sentimiento de falta de la información requerida.

Aunque la ciencia y la ideología sean empresas diferentes, no dejan de estar relacionadas. Las ideologías exponen pretensiones empíricas sobre la condición y dirección de la sociedad y a la ciencia le corresponde estimar esa condición y esa dirección. La función social de la ciencia frente a las ideologías es, primero, comprenderlas –lo que son, cómo operan, que les da nacimiento–  y luego criticarlas, obligarlas a llegar a un arreglo con la realidad, aunque no necesariamente a rendirse.

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