Resumen. R. Williams, Ideología – Versión de Darío Cruz

Raymond Williams, «Ideología» en Marxismo y literatura, Barcelona, Península, 1988, pp.71-90.
Resumen y síntesis de Ariel Darío Cruz Flores

Síntesis

El término ideología posee distintas acepciones. Antes de que el marxismo “ortodoxo” asignará a ideología una acepción despectiva, Destutt de Tracy, en el siglo XVIII, acuñó el término “ideología” para hacer referencia al estudio o ciencia (materialista) de la naturaleza de los dogmas, desde una perspectiva empirista. Sin embargo, la aceptación de esta perspectiva unidireccional de la creación de la conciencia y sus productos ha provocado  que este proceso se mecanice y se simplifique.  Es por ello que Williams, sin dejar de reconocer la materialidad de las ideas, propone la superación de la fantasía objetivista del materialismo mecanicista: esa de que se puede conocer directamente la verdad objetiva, científica y universal. William argumenta que esta postura es incapaz de reconocerse debido a que el sentido ideológico de las cosas, nace, efectivamente, de las prácticas del hombre y de las cuales es imposible desligar.

Resumen

El concepto de Ideología no se origina en el marxismo. Sin embargo, existe evidentemente un concepto importante en casi todo el pensamiento marxista sobre la cultura y la ideología. En textos marxistas, ideología posee tres usos: a) Un sistema de creencias característico de un grupo o clase, b) Un sistema de creencias ilusorias y c) El proceso general de la producción de significados e ideas.

En una sociedad de clases todas las creencias están fundamentadas en la posición de clase, y los sistemas de creencias de todas las clases son por tanto parcial o totalmente falsos (ilusorios). El proceso ideológico es considerado como un proceso general y universal y la ideología es o este propio proceso o su campo de estudio, por lo que no puede existir ninguna cuestión para  establecer una única definición marxista “correcta” de la ideología.

El concepto de “ideología”, acuñado en el siglo XVIII, por el filósofo francés Destutt de Tracy, poseía una intencionalidad bien específica: la creación de una “ciencia de las ideas” cuya utilización depende de una comprensión particular de la naturaleza de las “ideas”, que era ampliamente la que manifestaban Locke y la tradición empirista. En otras palabras: los verdaderos elementos de la ideología son “nuestras” facultades intelectuales, sus principales fenómenos y sus circunstancias más evidentes, dejando de lado la concepción metafísica de las ideas, por una plenamente material-sensorial. No hay en el mundo otras ideas que las de los hombres.

El sentido despectivo de ideología surge desde el posicionamiento reaccionario al pensamiento metafísico, pero comienza a entenderse ésta como una “teoría irreal” o una “ilusión abstracta”. El concepto es retomado por Karl Marx y Friedrich Engels. Ambos autores  introducen “el verdadero terreno de la historia” —el proceso de producción  y de autoproducción— a partir del cual podrían delinearse “los orígenes y el desarrollo” de “diferentes productos teóricos”.  El simple cinismo de apelar al “propio interés” se convirtió en una diagnosis crítica de la verdadera base de todas las ideas. Sin embargo, la “ideología”  se convirtió en un apodo polémico para los pensamientos que negaban o ignoraban el proceso social material de que siempre forma parte la “conciencia”.

Para el empirismo, los fantasmas que se producen en el cerebro humano son también necesariamente sublimados a partir de su proceso de vida material, que resulta empíricamente verificable y limitado a premisas materiales. En consecuencia, es absolutamente razonable que la ideología deba ser privada de esta “apariencia de independencia”. Sin embargo, el lenguaje de los “reflejos”, “ecos”, fantasmas” y “sublimados” es  muy simplista y ha resultado repetidamente desastroso. Pertenece al ingenuo dualismo del “materialismo mecánico”. El énfasis puesto sobre la conciencia como insuperable de la existencia consciente y luego puesto sobre la existencia consciente como inseparable de los procesos sociales materiales, está efectivamente perdido en las utilización de este vocabulario deliberadamente degradante. La conciencia es considerada desde el principio como una parte del proceso social material humano, y sus productos en “ideas” son tanto una parte de este proceso como los propios productos materiales.

Lo que realmente se había introducido, como correctivo al empirismo abstracto, fue la acepción de la historia social y material como la verdadera relación entre el “hombre” y la “naturaleza”. La decisión de no partir de aquello “que los hombres dicen, imaginan, conciben ni tampoco de lo que se dice, se piensa, se concibe o se imagina de los hombres” es, por lo  tanto, en el mejor de los casos, una advertencia correctiva de que existe otra evidencia, con frecuencia más sólida, de lo que  han hecho. Sin embargo, también existe, en el peor de los casos, una fantasía objetivista: la de que todo “el proceso de vida real” puede ser conocido  independientemente del lenguaje y de sus registros.

Lo que ellos fundamentalmente defendían era un nuevo modo de comprender las relaciones totales entre este “libro abierto”, “lo que los hombres dicen” y “lo que se dice de los hombres”. En una respuesta polémica a la historia abstracta de las ideas o de la conciencia produjeron su punto clave fundamental; pero en lo que se refiere a un área decisiva volvieron a perderlo.  Esta confusión  es fuente de la ingenua reducción, en gran parte del pensamiento marxista posterior, de la conciencia, la imaginación y las artes a “reflejos”, “ecos”, “fantasmas” y “sublimados”, y por lo tanto de una profunda confusión en el concepto de “ideología”.

“En la vida real, allí donde termina la especulación es donde comienza la ciencia positiva, verdadera: la representación de la actividad práctica, del proceso práctico del desarrollo de los hombres.” En este punto, los usos de los conceptos de “conciencia” y “filosofía” dependen casi por entero del aserto principal sobre la futilidad que implica la separación de la conciencia y el pensamiento del proceso social material. Esta separación es lo que convierte en ideología a esta conciencia y a este pensamiento. El resultado de esta separación contra la concepción originaria de un proceso indisoluble es la absurda exclusión  de la conciencia del “desarrollo de los hombres” y el “verdadero conocimiento” de este desarrollo.  Es absurdo elaborar el esquema familiar de los dos estadios, en el que primero existe la vida material y luego, a alguna distancia temporal o espacial, la conciencia y “sus” productos. Esto conduce directamente a un reduccionismo simple: la “conciencia” y “sus” productos no pueden ser nada más que “reflejos” y “sus” productos no pueden ser nada más que “reflejos” de lo que ha ocurrido en el proceso material.

El punto verdadero es que la separación y la abstracción de “la conciencia y sus productos” como proceso “reflexivo” o de un “segundo estadio” da por resultado una irónica idealización de la “conciencia y sus productos” en este nivel secundario.  Esto es así debido a que “la conciencia y sus productos” siempre forman parte, aunque de forma muy variables, del propio proceso social material, sea como elementos necesarios de la “imaginación” en el proceso de trabajo, según los denominara Marx, o como condiciones necesarias del trabajo asociado, en el lenguaje o en las ideas prácticas de relación.  Lo que realmente se idealiza, en la concepción reductiva corriente, es el “pensar” o el “imaginar”, y la única materialización de estos procesos abstractos se consigue por el retorno a una referencia general de la totalidad del proceso social material (que por ser abstracto es efectivamente completo). Lo que esta versión de marxismo examina especialmente es que “pensar” e “imaginar” son procesos sociales (incluyendo, desde luego, la capacidad de “internalización” que constituye una parte necesaria de todo proceso social entre los individuos reales)  que se tornan accesibles solamente por medios indiscutiblemente físicos y  materiales.

Los  fantasmas que se producen en el cerebro humano son también necesariamente sublimados a partir de su proceso de vida material, que resulta empíricamente verificable y limitado a premisas materiales. En la práctica depende casi por igual de un sentido de conocimiento sistemático de la sociedad, basado en la observación y el análisis de sus procesos de desarrollo, y de una asociación (falsa) con las “leyes” “fundamentales” o “universales” de la ciencia natural, que, aun cuando resultan ser más “leyes” que hipótesis o generalizaciones efectivas de trabajo, eran radicalmente diferentes. Un modo de aplicar el criterio de distinción podría ser examinar los “supuestos, conceptos y puntos de vista”, sean admitidos o no, a través de los cuales se ha obtenido y organizado cualquier conocimiento.

La liberación social sobrevendría, pues, por un “cambio de conciencia”.  En consecuencia, es indudable que todo gira en torno de la definición de “conciencia”. La definición adoptada es efectivamente su definición de ideología: no la “conciencia práctica”, sino la “teoría independiente”.

Entonces, el concepto de “ideología” oscila entre “un sistema de creencias ilusorias que pueden ser contrastado con el conocimiento verdadero o científico”. El inmenso cuerpo de la conciencia de clase directamente expresada y directamente impuesta una y otra vez, puede parecer que escapa a la influencia de la “ideología”, que estaría limitada a los filósofos “universales”. Pero entonces ¿qué nombre debe adjudicarse a estos poderosos sistemas directos? Seguramente no el de conocimiento “científico” o “verdadero”, excepto si se hace un juego de manos con la descripción “práctica”, ya que la mayoría de las clases gobernantes no han tenido que ser “desenmascaradas”. Normalmente derrocarlas significa derrocar su práctica consciente; y esto es siempre mucho más difícil que derrocar sus ideas “abstractas” y “universalizadoras” que  asimismo, mantienen una relación con la “conciencia política” dominante mucho más compleja e interactiva de lo que ocurre con cualquier concepto que hayamos tenido nunca.

Existió un intento final, desarrollado por Lukács, de esclarecer este análisis mediante una distinción entre la “verdadera conciencia” y la conciencia “potencial” o “imputada” (una comprensión plena y “verdadera” de la posición social real). Lukács tiene el mérito de evitar la reducción de toda la “verdadera conciencia” a la ideología; sin embargo, la categoría es especulativa y, ciertamente, en tanto que categoría  no puede sostenerse con facilidad. Un intento más interesante, aunque igualmente difícil de definir la “verdadera” conciencia fue la elaboración marxista de cambiar el mundo antes que interpretarlo (test de la práctica). De un modo muy general, esta situación constituye una proyección absolutamente consistente de la idea de la “conciencia práctica”; sin embargo, es sencillo observar de qué modo su aplicación a las teorías, las formulaciones y los programas específicos puede dar como resultado un vulgar “éxito” ético enmascarado de “verdad histórica” o un entorpecimiento y una confusión cuando existen fallas y deformaciones prácticas.

Asimismo, deben examinarse sucintamente otras tendencias entre los conceptos de ideología: tal como la acepción relativamente neutral de “un sistema de creencias carácteristico de una clase o un grupo particular”. Tal vez más significativamente, la “ideología”, en su verdadera acepción neutra o aprobatoria, sea considerada como “introducida” en la fundación de “todo el conocimiento humano, científico, etc.”, aplicado, por supuesto, desde un punto de vista de clase. La posición consiste en que la ideología es teoría y que la teoría es a la vez secundaria y necesaria; la “conciencia práctica”, como aquí la del proletariado, no se produce por sí misma. En este sentido general de la “ideología, no sólo como “doctrinario” y “dogmático”, sino como algo a priori y abstracto, ha coexistido conflictivamente con el sentido descriptivo igualmente general.

No hay comentarios:

Publicar un comentario