Resumen. Eagleton, Estrategias ideológicas – Versión de Fernanda García

Terry Eagleton, “Estrategias ideológicas” en Ideología. Una introducción, Barcelona, Paidós 1997, pp 57-91.

Síntesis y resumen de María Fernanda García Murillo

Síntesis

El segundo capítulo del libro “Ideología. Una Introducción” plantea que la ideología está sujeta al desarrollo de los sistemas sociales. Se utiliza como ejemplo el orden capitalista, que puso en jaque a la ideología clásica desde su composición hasta la relevancia de su papel en la unificación de la sociedad.

Este orden posmoderno rechazaba la conciencia como su motor: surgió del pensamiento estructuralista que confiere prioridad a las formas, y no al contenido intelectual. Los hombres son considerados una tuerca más de la máquina bien aceitada, que funciona “por sí sola” (al menos en la primera parte del capitalismo).  La identidad del hombre, los procesos racionales y el valor de uso se cosificaron. Fue una época oscura, donde se desarrolla la idea de “falsa conciencia ilustrada”, cuyo instrumento perfecto era la ironía, haciendo frente a los modelos ideológicos clásicos.

La falsa conciencia desaparece del actuar de la sociedad. Eagleton argumenta que el aparente final de la ideología caduca, al igual que las relaciones de dominación estructural sobre la humanidad.

La variedad de definiciones del término ideología, así como su utilidad, es otro de los puntos del capítulo: la ideología es mostrada como una figura poligonal, que establece formas posibles de conciencia sociales, sin importar su intencionalidad (buena, mala, etc). Existen, pues, seis estrategias ideológicas definidas por intereses específicos, los cuales buscan legitimar su poder frente a la sociedad. Es característico de la ideología que una de sus funciones sea sustentar las acciones de poder, ya de por sí contradictorias.

Resumen

La ideología ejerce una supuesta coerción sobre la sociedad. Por ejemplo, la revolución Thatcheriana. La conformación de la sociedad británica no es ideológica, sino que responde a formas de control social. Otro ejemplo son los medios masivos de comunicación, los cuales modifican conductas sociales como consecuencia de las exposiciones prolongadas, mas no es ideología. Los sectores dominantes lograron la aceptación general de la sociedad por medio de tácticas económicas como el reformismo y la garantía de servicios sanitarios; esta aceptación se limitaba al obedecimiento de las órdenes, más que de la interiorización de los valores dominantes a la sociedad.

El motor del novedoso sistema capitalista prescindió de justificaciones discursivas, y en su lugar implementa la lógica en la que los seres humanos son un engranaje más en la estructura tecnocrática. La ideología en su sentido clásico se consideró superflua y en su lugar surgió el estructuralismo, donde la forma destacaba del contenido y el significante del significado. La educación y la política perdieron su carácter de instrumentos para la autorreflexión y el adoctrinamiento respectivamente.

Aparentemente los individuos ya no se dejaban engañar por la ideología; esta condición fue denominada por Peter Sloterdijk como una «falsa conciencia ilustrada», la cual desarrolla una racionalización ironizada que progresivamente desempeña papeles con fines ideológicos.

Sin embargo, encontramos que en los discursos generales de esa sociedad los valores éticos del capitalismo y sus voraces prácticas reales no concordaban. El autoengaño en las sociedades capitalistas modernas no fue totalmente desplazado por las actitudes de frío cinismo, y la tesis del final de las ideologías resulta incongruente.

El orden de las cosas marchó “por sí solo” en la primera etapa del capitalismo; pero con el paso del tiempo la sociedad necesitaba del suficiente significado para permitir ser dominado. Los recursos como la burocracia, la cultura del “instante” y de la política “gestionada” ya no otorgaban significado social alguno.  El capitalismo entró en conflicto con el orden subjetivo de la posmodernidad, el cual fue incapaz de resolver.

Raymond Geuss analiza los caracteres descriptivos, peyorativos y positivos de la ideología; en consecuencia, el concepto logra ampliarse a un conjunto de significados que codifican intereses relevantes para el poder social.

Existen seis condiciones de la ideología: unificadora, porque da cohesión a los grupos sociales formando una identidad; orientada a la acción, porque vincula los niveles teóricos en función de los prácticos; racionalizadora, ya que construye justificaciones plausibles de acciones objetables; legitimadora, dado que establece intereses sociales opositores o dominantes como aceptables; universalizadora, al representar sus intereses como el interés común para conseguir ciertos objetivos; y, finalmente, naturalizadora, en la medida en que crea un fuerte encaje entre sí misma y la realidad de una forma espontánea.

Las ideologías niegan que las ideas y creencias sean específicas de una época, lugar o grupo social particular, como sostienen Karl Marx y Friedrich Engels en “La ideología alemana”: en efecto, las formas de conciencia no son autónomas, absueltas de determinantes sociales que se desvinculan de la historia, sino que se convierten por mistificación en un fenómeno natural. En conclusión, la ideología es un concepto complejo, polisémico y plurifuncional, a tal grado que en sí mismo puede autonombrarse y con ello reconceptualizarse para seguir vigente.

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