Resumen. Eagleton, Discurso e ideología – Versión de Priscilla Mendoza

Terry Eagleton, “Discurso e ideología” en Ideología.Una introducción, Barcelona, Paidós, 1997, pp. 243-274.
Síntesis y resumen de Priscilla Diamanda Mendoza Iniestra

Síntesis

La ideología se concibe como un discurso en el cual los signos son fundamentales para acceder de alguna manera a la realidad que está constituida por la conciencia que a su vez surge de lo materia. La naturalización consiste en tratar de enlazar los procesos naturales con los objetos, pero dado que no se puede acceder a “lo real” de manera directa, esto no se ha podido demostrar. Los posmarxistas van en contra de la teoría de marxismo vulgar negando que la situación económica tenga relación con la ideología política, pero caen en la cuestión que en algunos casos es inevitable de que lo material rija al discurso. También nos dice que es necesario que estos posmodernos aclaren el planteamiento de las ideas para que su postura de que la práctica está organizada según un discurso pueda ser válida.

Resumen

El concepto de ideología abarca entre otra cosas, la noción de reificación. El término «ideología» no es más que una forma cómoda de categorizar bajo una denominación toda una serie de cosas diferentes que hacemos con los signos. En el discurso tradicional se expresa en términos de «conciencia» e «ideas» pero esto nos orienta de forma inconsciente al idealismo. La «conciencia» es un suerte de abstracción de nuestras formas reales de práctica discursiva.

Se ha pasado de pensar palabras en términos de concepto a pensar los conceptos en términos de palabras. En vez de sostener que las palabras sustituyen a los conceptos, ahora tener un concepto es la capacidad de utilizar las palabras de determinada manera. Un concepto se vuelve una práctica, más que un estado mental.

Louis Althusser reduce los conceptos a prácticas sociales. Pero existe la posibilidad de concebir a la ideología como un fenómenos discursivo o semiótico. Con esto se subraya a la vez su materialidad y se conserva el sentido de que tiene que ver esencialmente con significados. En el lenguaje se producen algunos efectos como puede ser el «cierre» donde se excluyen ciertas formas significación, y se «fijan» ciertos significantes en una posición dominante. Estos efectos son rasgos de lenguaje discursivos, lo que se interpreta como «cierre» dependerá del contexto concreto de la expresión, y variará de una situación comunicativa a la siguiente.

La primera teoría semiótica de la ideología fue formulada por el filósofo soviético V. N. Voloshinov en su obra El marxismo y la filosofía del lenguaje, obra en la que el autor proclama que «sin signos no hay ideología». L a conciencia únicamente puede surgir en la corporización material de significantes, y como estos significantes son por sí mismos materiales, no son sólo «reflejos» de la realidad sino que forman parte de ella. La lógica de la conciencia –escribe Voloshinov– es la lógica de la comunicación ideológica, de la interacción semiótica de un grupo social. La palabra es el  «fenómeno ideológico por excelencia » y la propia conciencia es la interiorización de palabras.

Si no puede separarse la conciencia del signo, el signo no puede aislarse de las formas concretas de la relación social. El signo y su situación social está unido y determina desde dentro la forma y la estructura de una expresión. Tenemos aquí el esbozo de una teoría materialista de la ideología donde concede la importancia debida a la materialidad de la palabra, y a los contextos discursivos que encierra.

Voloshinov se considera el padre de lo que se conoce como «análisis del discurso» que atiende al juego de poder social en el propio lenguaje. Una formación discursiva puede entenderse como un conjunto de reglas que determinan lo que puede y debe decirse desde una posición determinada en la vida social; se forma una «matriz de significado» en el que se generan procesos discursivos reales.

El lenguaje es un sistema compartido; pero precisamente  porque forma la base común de todas las formaciones discursivas, se convierte en el medio del conflicto ideológico. Pêcheux denomina «olvido» a la represión de los significados en la formación discursiva en un todo complejo. El hablante «olvida»  que es sólo una función de una formación discursiva e ideológica, y con ello se reconoce erróneamente como autor de su propio discurso.

Desde una perspectiva del pensamiento europeo en los años setenta, la ideología consiste en «fijar» el proceso a ciertos significados dominantes, con los que el sujeto individual puede identificarse. Pero esto puede detenerse artificialmente con el «cierre». Rosalind Coward y John Ellis señalan que la representación ideológica supone reprimir la labor del lenguaje. Nos encontramos así con un teoría latentemente libertaria del sujeto. En ocasiones supone falsamente que el «cierre» siempre es contraproducente, pero este puede llegar a ser catalizador en vez de limitador. Que el cierre sea positivo o negativo depende, desde el punto de vista político, del contexto discursivo e ideológico. La ideología es una manera decisiva en la que el sujeto humano se esfuerza por «suturar» las contradicciones que anidan en su mismo ser. Como en Althusser, la ideología es lo que ante todo nos crea como sujetos sociales, y no simplemente un corsé conceptual en el que posteriormente nos vemos metidos.

Sin embargo, vale la pena detenerse a preguntar, en relación con esta perspectiva, si la ideología es siempre cuestión de «fijación». ¿Qué decir de las ideologías consumistas del capitalismo avanzado, en las que se anima al sujeto a vivir provisionalmente, a pasar con satisfacción de signo a signo, a recrearse en la rica pluralidad de sus apetitos y entenderse a sí mismo sólo como una función descentrada de éstos?

Para el Roland Barthes de Mitologías el mito (o ideología) es lo que transforma la historia en naturaleza. El mito no niega cosas sino que tiene como función hablar sobre ellas, les da una justificación natural e interna. Paul de Man denomina «ilusión fenomenalista» a que mente y mundo, lenguaje y ser están de hecho en discrepancia eterna; y la ideología es la actitud que consiste en fusionar estos órdenes separados, yendo nostalgicamente en busca de una presencia pura de la cosa en la palabra. Para este autor la ideología es la confusión entre la realidad lingüística y natural.

Es característico de una perspectiva posmoderna concebir todo discurso marcado por el juego del poder y el deseo. Todo discurso está orientado a la producción de ciertos efectos en sus destinatarios y se emite desde una «posición de sujeto»; podemos concluir que todo lo que decimos son en realidad expresiones retóricas en las cuales las cuestiones de verdad o conocimiento tienen una función estrictamente subordinada a intereses.

Si todo lenguaje expresa intereses específicos, resultaría que todo lenguaje es ideológico. Pero la ideología se refiere más precisamente a los procesos que se enmascaran, racionalizan, naturalizan y universalizan cierto tipos de intereses, legitimados en nombre de ciertas formas de poder político.

Los sociólogos ingleses Paul Hirst y Barry Hindess rechazan con firmeza el tipo de epistemología clásica que supone cierta concordancia o «correspondencia» entre nuestros conceptos y la forma de ser del mundo. Es una falacia racionalista –sugieren ellos– afirmar que lo que nos permite conocer es el hecho de que el mundo tiene la forma de un concepto, que de algún modo está convenientemente preestructurado para encajar con nuestro conocimiento de él. No existe vínculo interno entre mente y realidad, y por consiguiente no existe un lenguaje epistemológico privilegiado que nos pudiese permitir un acceso directo a lo real. Pues para determinar si este lenguaje mide o no la correspondencia entre nuestros conceptos y el mundo necesitaríamos otro lenguaje que garantizase la adecuación de aquél. Nuestro lenguaje no refleja tanto la realidad como la significa, le da forma conceptual.

La tesis «antiepistemológica» de Hindess y Hirst pretende socavar la doctrina marxista de que una formación social se compone de diferentes «niveles». No existe una totalidad social. Las relaciones entre lo político, lo cultural, lo económico y el resto son las que nosotros creamos para fines políticos específicos en contextos históricos dados. La tesis de que los objetos son totalmente internos a los discursos, plantea el problema de cómo podemos juzgar si un discurso ha concebido su objeto válidamente. Si no existe un metalenguaje para medir la «correspondencia», ¿cómo puede alguien estar equivocado alguna vez? Siempre pueden producir efectos que alguien, desde alguna perspectiva pueda considerar políticamente beneficiosos. Pero si el metalenguaje es una ilusión, no parece haber forma de juzgar que cualquier perspectiva política particular es más beneficiosa que otra.

En esta perspectiva, el discurso «produce» objetos reales, y el lenguaje ideológico es sólo una manera en que estos objetos se constituyen. Sin embargo, Hindess y Hirst confunden falsamente dos sentidos de discurso. La ideología se pone en acción en la situación «real » de manera transformadora. Implica que hay algo preexistente en este proceso: algo diferente, algo sobre lo que se opera, lo que no es posible si el significante simplemente crea la situación real. El concepto mismo de representación sugeriría que el significado existe antes de su significante.

Lo mismo puede decirse de la referencia de Hindess y Hirst  a lo político/ideológico y lo social/económico. Si lo primero determina realmente lo último, coincide con ello y aquí no puede hablarse de representación en modo alguno. Ambos resultan indisolubles como una palabra y sus significado. Así, el modelo semiótico que rige aquí su pensamiento, erróneamente, es el modelo saussureano que distingue entre significante y significado, o palabra y concepto, en vez de entre signo y referente. El resultado de esta drástica separación del economismo –que sostendrá que lo político/ideológico representa pasiva y directamente intereses de clases– es una hiperpolitización.

Para los autores  Laclau y Mouffe, los intereses objetivos significan algo igual que los intereses que nos proporciona automáticamente nuestro lugar en las relaciones de producción; y por supuesto tienen razón al descartar esta idea como una forma de reduccionismo económico. Un interés objetivo significa un curso de acción que de hecho va en mi interés pero que yo no reconozco actualmente como tal. Parece seguirse que yo estoy siempre en posición perfecta y absoluta de mis propios intereses lo que es totalmente un sinsentido. Con Laclau y Mouffe, llega a su apogeo lo que Perry Anderson ha denominado la «inflación del discurso» en el pensamiento postestructuralista. La categoría de discurso se infla hasta el punto en que «imperializa» el mundo entero borrando la distinción entre pensamiento y realidad material. Esto tiene por efecto socavar la crítica de la ideología, pues si las ideas y la realidad material están dadas indisolublemente juntas no puede haber lugar para preguntarse de dónde vienen realmente las ideas sociales.

Los teóricos del discurso posmarxistas deben proscribir la cuestión del origen de las ideas, pues toda teoría está arraigada históricamente por sí misma en una fase particular del capitalismo avanzado, y es, así testimonio vivo en su misma existencia de esta relación «necesaria» entre formas de conciencia y realidad social que niega de manera tan vehemente. Lo que se postule como una tesis universal sobre el discurso, la política y los intereses, como sucede a menudo con las ideologías, está atento a todo menos a sus propias bases históricas.

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