Resumen. Žižek, El sublime objeto de la ideología 1 – Versión de Mariana Huerta

Slavoj Žižek, El sublime objeto de la ideología México, Siglo XXI, 1992, cap. 1, pp.35-86.
Síntesis y resumen de Mariana Huerta Vázquez

Síntesis

En el primer capítulo de El sublime objeto de la ideología, Slavoj Žižek analiza la homología  entre el análisis de Freud respecto a los sueños y de Marx respecto a la mercancía, tomando en cuenta los dos métodos utilizados para descifrar la forma: de qué manera los pensamientos conscientes son arrastrados al inconsciente y de qué manera esto afecta a los individuos y a la sociedad. Se analiza a continuación el significado de síntoma visto desde el universal, con sus diferentes paradojas. Se explica la enajenación e identidad que existe y se expresa con el fetichismo en la mercancía y en las relaciones humanas. Žižek cuestiona la representación de ideología en el cinismo, como la falsa conciencia ilustrada y como una opción dentro de la fantasía ideológica, entendiendo esto como una creencia exterior, «ellos saben lo que hacen , y aun así lo hacen», esto es, una suerte de moralidad al servicio de la inmoralidad. Las creencias son la fantasía que sostiene a lo real y lo materializa.

Resumen

Marx, Freud: El análisis de la forma


Lacan supone que Marx fue el que inventó la noción de «síntoma». ¿Cómo fue posible que Marx en su análisis del mundo de las mercancías produjera una noción que se aplica también al análisis de los sueños, a los fenómenos histéricos y demás? La respuesta es que existe una homología en la interpretación de Marx y Freud. Respectivamente en el análisis de la mercancía y los sueños, en ambos casos se trata de evitar la fascinación fetichista del «contenido» oculto en la forma. Lo que se quiere develar no es el contenido oculto en la forma, sino el secreto de esta forma. La pregunta es por qué los pensamientos oníricos latentes adoptan la forma de sueño. El problema real en los sueños y mercancías no es penetrar al «núcleo oculto», sino explicar por qué el trabajo asumió el valor de la mercancía y por qué sólo afirma su carácter social en la mercancía y no como trabajo.

Según Freud, los sueños son inconscientes y de naturaleza sexual. Eysenck menciona que Freud se contradice en la mayoría de sus ejemplos del sueño y pone como referencia el famoso sueño de la inyección de Irma, que no es de naturaleza sexual, ni inconsciente, ya que perturbaba a Freud día y noche. Esta condición de pensamiento consciente a veces es arrastrado al inconsciente. Esta es la relación entre el pensamiento latente y el contenido manifiesto. Lo esencial del sueño no es el pensamiento latente, sino todo el trabajo que se convierte en un sueño. Si se intenta encontrar el secreto del sueño en el contenido latente, oculto tras el texto manifiesto, se tendrá una decepción, ya que se encontrará un pensamiento «normal», aunque desagradable. Si bien este pensamiento consciente es arrastrado al inconsciente, no es sólo porque sea un pensamiento desagradable, sino que se encuentra con otro deseo reprimido, causando así un cortocircuito, por lo tanto no tiene que ver con el pensamiento latente, sino con el proceso por el cual el curso normal del pensamiento se vuelve anormal. El deseo sexual , inconsciente no se puede reducir a un «pensamiento normal», porque desde el comienzo está reprimido con otros pensamientos. Por esta razón, no se debe reducir a los sueños o síntomas a pensamiento latente del sueño.

La estructura siempre es triple: el texto del sueño manifiesto, el contenido del sueño latente y el deseo inconsciente. El deseo inconsciente sólo se encuentra en la «forma» del sueño y se articula en el trabajo del sueño. Otra paradoja con la que se encuentra Freud es explicar la esencia del sueño y realiza esta explicación: «En el fondo, el sueño no es más que una forma particular de nuestro pensamiento, posibilitada por las condiciones del estado de dormir. Es el trabajo del sueño el que produce esta forma, y sólo él es la esencia del sueño».

Freud explica su teoría mediante dos etapas. La primera es romper con la apariencia de que los sueños sólo son una confusión sin sentido y concebirlo como un fenómeno significativo. La otra etapa es deshacerse de la fascinación, por el significado oculto y concentrar la atención en la forma, en el trabajo de sueño donde fueron sometidos los pensamientos oníricos latentes. Existe un punto crucial en el análisis de Freud y Marx, ya que articulan de
manera similar en dos etapas: Freud en los sueños y Marx en el análisis de la mercancía.

Marx analiza en dos etapas a la mercancía: la primera es romper con la apariencia de que el valor de la mercancía depende del azar, saber la significación verdadera de la forma, penetrar al «misterio» del valor de la mercancía: la magnitud real del valor de la mercancia es el trabajo. No basta, sin embargo, la revelación del secreto. La economía política sólo se interesa por los contenidos encubierto detrás de la forma-mercancia. El misterio que Marx analiza no es el misterio detrás de la forma, sino el misterio de la forma. Aun con la explicación, el sueño y la mercancía siguen siendo un fenómeno enigmático. No se ha descubierto el proceso mediante el cual la forma toma el significado. Marx analiza y se pregunta: «¿De dónde brota, entonces, el carácter enigmático que distingue al producto del trabajo no bien asume la forma de mercancía? Obviamente, de esa forma misma», porque el trabajo se expresa en valor.

Este tema ha fascinado a diferentes disciplinas e investigaciones, ya que ofrece una especie de matriz para entender todas las formas de la inversión fetichista, un mecanismo que permite la comprensión teórica de diferentes fenómenos. Esta estructura de la forma mercancía puede encontrar al sujeto trascendental, un conocimiento con validez universal, con la interrogante ¿cómo esto es posible? Sohn-Rethel llegó a la siguiente conclusión: antes de que el pensamiento pudiera llegar a la pura abstracción, la abstracción ya actuaba en la efectividad social del mercado. El intercambio de mercancías, implica una doble abstracción: el valor de uso, y el mismo valor en otra mercancía. La mercancía objeto no contiene valor, pero contiene propiedades particulares que determinan su valor de uso. Ejemplo a todo esto es el dinero. «Yo sé que el dinero es un objeto material como otros, pero aun así…» es como mágico, como un material sublime. La moneda sirve como objeto de intercambio y no de uso. La abstracción del intercambio no es pensamiento, pero tiene la forma de pensamiento. En el acto de intercambio, los individuos proceden como solipsistas prácticos. Se puede decir que el carácter abstracto de su acción está más allá y sus actores no pueden darse cuenta porque su conciencia se interpone. La efectividad social del intercambio de las mercancías es el no-conocimiento. La ideología no es simplemente una falsa conciencia, sino una representación ilusoria  de la realidad. La reproducción de la ideología implica que los individuos no sepan lo que están haciendo. El síntoma en cierta medida también implica un no conocimiento.

El síntoma social


Se postula que Marx inventó el síntoma: Lacan detectó una fisura, un desequilibrio en el universal, como en los derechos y deberes burgueses. Cada universal ideológico llámese libertad o igualdad es falso. La libertad máxima (culmen de la no-libertad) sería la libertad de venderse como mercancía. Los obreros, al no tener medios de producción, tienen que vender su propio trabajo en vez de los productos de su trabajo. La trampa es que la fuerza de trabajo es una mercancía peculiar cuyo uso, o sea, el propio trabajo produce un determinado plusvalor y este plusvalor el capitalista se lo apropia. Todo esto da origen a un síntoma. El socialismo utópico cree en la posibilidad de una universalidad sin su síntoma.

Fetichismo de la mercancía


Lacan atribuye el descubrimiento del síntoma a Marx y lo localiza en la manera de concebir el pasaje del feudalismo al capitalismo. El fetichismo de la mercancía es para los hombres la forma fantasmagórica de una relación entre cosas. El fetichismo de la mercancía no consiste en el reemplazo de hombres por cosas, sino en un falso reconocimiento, como una relación independiente de los elementos. La identidad y enajenación son así correlativas. El ejemplo que se menciona es el «ser rey»: los súbditos ven al rey como algo independiente a sus creencias o la manera en que lo tratan, como si el «ser rey» fuera una propiedad natural. En las sociedades en las que reina el fetichismo de la mercancía, las relaciones entre las personas están totalmente desfetichizadas; pasa lo contrario en las sociedades en las que hay fetichismo en las personas, pero no en la mercancía, porque la producción es natural y no para el mercado. Como si la desfetichizacion de la relación entre los hombres se pagara mediante el surgimiento del fetichismo en las relaciones entre cosas. No hay realidad definitiva, vivimos en un mundo de signos que se refieren a signos.

El cinismo como una forma de ideología


En el Capital de Marx, hay una frase muy conocida: «ellos no lo saben, pero lo hacen». El concepto de ideología implica un falso reconocimiento de sus propios intereses, de sus propias condiciones efectivas, una distancia entre la llamada realidad social, y nuestra representación distorsionada de esta. En suma, una falsa conciencia. El objetivo es llevar a esta conciencia ingenua al punto que pueda reconocer sus propias condiciones efectivas y mediantes este acto disolver esa realidad distorsionada, dejar de reproducir esta ideología y cambiar la realidad. El modo de funcionamiento dominante de la ideología es cínico, pues el sujeto cínico está al tanto de la distancia entre la máscara ideológica y la realidad social, pero pese a ello insiste en la máscara. Ellos saben muy bien lo que hacen, pero aun así lo hacen. Es una paradoja de una falsa conciencia ilustrada: el cinismo reconoce la universalidad ideológica, pero todavía encuentra razones para conservar la máscara. Es algo parecido a la moralidad puesta al servicio de la inmoralidad: la integridad como una forma suprema de deshonestidad. ¿Qué es el robo a un banco comparado con la fundación de un nuevo banco?, decía Brecht. Adorno llegó a la conclusión de que la ideología, estrictamente hablando, es sólo un sistema que reclama la verdad, es decir, que no es simplemente una mentira, sino una mentira que se vive como verdad, una mentira que pretende ser tomada seriamente. En el siguiente punto se introduce la distinción entre síntoma y fantasía.

Fantasía ideológica


Si se quiere entender la dimensión de la fantasía, debemos regresar a la fórmula «ellos no lo saben, pero lo hacen». A primera vista, la respuesta parece obvia: la ilusión ideológica reside en el saber, no en lo que se hace. La discordancia está en lo que la gente efectivamente hace, y en aquello que piensa que hace. La ideologia consiste en el hecho de que la gente «no sabe lo que en realidad hace» como una falsa representación de la realidad social. El individuo sabe muy bien que hay relaciones, entre la gente tras las relaciones entre las cosas. Son fetichistas en la práctica, no en teoría. Están orientados por una ilusión fetichista. El valor no existe en sí, pues hay cosas individuales que entre otras propiedades tienen valor. El problema es que en la práctica las mercancías o el dinero encarnan un valor universal, aunque no lo sean. La ilusión no está del lado del saber, está ya del lado de la realidad. Se denomina ilusión doble a la fantasía ideológica. La ideología que prevalece en el cinismo, uno de muchos caminos que se puede seguir en la fantasía ideológica. Ellos saben muy bien lo que hacen, pero aun así lo hacen. La creencia exterior, encarnada en la conducta práctica y efectiva de la gente. Un ejemplo es la risa enlatada o la rueda de plegaria tibetana, piense lo que piense estoy rezando, porque la rueda reza por mí.

La ley es la ley


La creencia, lejos de ser un estado íntimo, puramente mental se materializa. La creencia sostiene la fantasía que regula la realidad social. El universo de Kafka no es una imagen fantasía de la realidad social, sino, al contrario, la puesta en escena de la fantasía que actúa en plena realidad social. Sabemos que la burocracia no es todopoderosa, pero nuestra conducta efectiva se regula por una creencia en su omnipotencia. La crítica ideológica intenta deducir la forma ideológica de una sociedad, partiendo de sus relaciones sociales efectivas. La ley se desprende de una obediencia, no porque sea justa, buena o ni siquiera benéfica, sino simplemente porque es la ley. La única obediencia real, así pues, es la externa: la obediencia por convicción no es obediencia real, porque ya está mediada por nuestra subjetividad. La obediencia externa a la ley no es sumisión, sino obediencia al mandato en la medida que es incomprensible. La ley se ha reprimido en el inconsciente a través de la experiencia ideológica e imaginaria del significado de la ley, de su fundamento en la justicia y la verdad. Lo que se reprime no es un origen oscuro de la ley, sino el hecho mismo de que no hay que aceptar la ley como verdad, sino únicamente como necesaria.

La fantasía como soporte de la realidad


Este problema se aborda a partir de la tesis lacaniana de que sólo en el sueño nos acercamos al verdadero despertar, es decir, a lo real de nuestro deseo: «la realidad es una fantasía», la realidad como un sueño o una ilusión generalizada. Esta ilusión generalizada no es una paradoja como en un dibujo de Escher de dos manos que se dibujan una a la otra. Existe una diferencia entre Lacan y el realismo ingenuo, ya que para Lacan, en el único punto que nos acercamos a lo real es efectivamente en el sueño. La única manera de romper nuestro sueño ideológico, es confrontar lo real de nuestro deseo que se anuncia en este sueño. Una ideología se apodera realmente de nosotros, cuando no sentimos ninguna oposición entre ella y la realidad, incluso cuando los hechos que a primera vista lo contradicen empiezan a funcionar como argumentaciones a su favor.

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