Resumen. Žižek, El sublime objeto de la ideología 2 – Versión de Daniel Sandoval

Slavoj Žižek, El sublime objeto de la ideología, México, Siglo XXI, 1992, cap. 2, pp. 87-124.
Síntesis y resumen de Daniel Aurelio Sandoval Valenzuela

Síntesis


El síntoma se nos presenta primero como una huella que nunca será más que una huella, y que siempre permanecerá incomprendida hasta el momento en que el análisis haya avanzado suficientemente, y hasta el momento en que hayamos comprendido su sentido. El análisis se concibe, así pues, cómo una integración simbólica de huellas imaginarias sin sentido; este concepto implica un carácter fundamentalmente imaginario del inconsciente: el inconsciente está hecho de “fijaciones imaginarias que no pudieron ser asimiladas al desarrollo simbólico.

Los síntomas son huellas sin sentido y su significado no se descubre excavando en la oculta profundidad del pasado, sino que se construye retroactivamente. En cuanto entramos en el orden simbólico, el pasado está siempre presente en forma de tradición histórica y el significado de estas huellas no está dado; cambia continuamente con las transformaciones de la red del significante. Cada ruptura histórica, cada advenimiento de un nuevo significante amo, cambia retroactivamente el significado de toda tradición y reestructura la narración del pasado, lo hace legible de otro modo nuevo.

En el síntoma, el contenido reprimido retorna desde el futuro y no desde el pasado, entonces la transferencia –la actualización de la realidad del inconsciente– nos ha de trasponer al futuro, no al pasado. El pasado existe a medida que es incluido, que entra (en) la sincrónica red del significante –es decir, a medida que es simbolizado en el tejido de la memoria histórica– y por eso estamos todo el tiempo “reescribiendo historia”, dando retroactivamente a los elementos su peso simbólico incluyéndolos en nuevos tejidos.

El síntoma como un “retorno de lo reprimido” es precisamente un efecto que procede a su causa (su núcleo oculto, su significado), y al atravesar el síntoma estamos precisamente “originando el pasado”: estamos produciendo la realidad simbólica del pasado, sucesos traumáticos olvidados hace mucho. La transferencia es, así pues, una ilusión, pero la cuestión es que no podemos pasarla por alto y rebasar directamente a la Verdad: la Verdad se constituye por medio de la ilusión propia de la transferencia y por ello surge del “falso reconocimiento”.

La estructura temporal que aquí nos importa es de tal clase que está mediada por la subjetividad: el "error" –"falta", equivocación", falso reconocimiento– llega paradójicamente antes que la verdad en relación con la cual lo designamos como "error", porque esta "verdad" llega a serlo únicamente por medio del error. Esta estructura paradójica en la que la Verdad surge del falso reconocimiento nos da también la respuesta a la pregunta: ¿Por qué es necesaria la transferencia, por qué el análisis ha de pasar por ella? La transferencia es una ilusión esencial por medio de la cual se produce la Verdad final (el significado de un síntoma).

Síntoma como sinthome es una determinada formación significante penetrada de goce: es un significante como portador de jouissens, goce-en-sentido. Lo que no hay que olvidar aquí es el estatus ontológico radical del síntoma: síntoma, concebido como sinthome, es literalmente nuestra única sustancia, el único soporte positivo de nuestro ser, el único punto que da congruencia al sujeto. En otras palabras, síntoma es el modo en que nosotros "evitamos la locura", el modo en que “escogemos algo” (la formación del síntoma) en vez de nada (autismo psicótico radical, la destrucción del universo simbólico) por medio de vincular nuestro goce a una determinada formación significante, simbólica, que asegura un mínimo de congruencia a nuestro ser-en-el-mundo. La única alternativa al síntoma es la nada: puro autismo, un suicidio psíquico, rendición a la pulsión de muerte y aun a la destrucción total del universo simbólico. Por ello la definición lacaniana última del fin del proceso psicoanalítico es la identificación con el síntoma. El análisis llega a su fin cuando el paciente es capaz de reconocer, en lo Real de su síntoma, el único soporte de su ser.

Del síntoma al sinthome

La dialéctica del síntoma


Regreso al futuro


La única referencia al campo de la ciencia ficción en la obra de Lacan tiene que ver con la paradoja del tiempo: en su primer seminario, Lacan se vale de la metáfora de Norbert Wiener sobre la dirección invertida del tiempo para explicar el síntoma como un “retorno de lo reprimido”: Wiener supone dos personajes cuyas dimensiones temporales irían en sentido inverso, la una de la otra. Desde luego, esto no quiere decir nada, y así es cómo las cosas que no quieren decir nada significan de pronto algo, pero en un dominio muy diferente. El síntoma se nos presenta primero como una huella que nunca será más que una huella, y que siempre permanecerá incomprendida hasta el momento en que el análisis haya avanzado suficientemente, y hasta el momento en que hayamos comprendido su sentido.

El análisis se concibe, así pues, como una civilización, una integración simbólica de huellas imaginarias sin sentido; este concepto implica un carácter fundamentalmente imaginario del inconsciente: el inconsciente está hecho de “fijaciones imaginarias que no pudieron ser asimiladas al desarrollo simbólico”. Los síntomas son huellas sin sentido y su significado no se descubre excavando en la oculta profundidad del pasado, sino que se construye retroactivamente. En cuanto entramos en el orden simbólico, el pasado está siempre presente en forma de tradición histórica  y el significado de estas huellas no está dado; cambia continuamente con las transformaciones de la red del significante. Cada ruptura histórica, cada advenimiento de un nuevo significante amo, cambia retroactivamente el significado de toda tradición, reestructura la narración del pasado, lo hace legible de otro modo nuevo.

Así pues, “cosas que no significan nada, de repente significan algo, pero en un terreno muy diferente”. ¿Que es un “viaje al futuro” sino este “rebasamiento” mediante el cual suponemos de antemano la presencia en el otro de cierto saber –saber acerca del significado de nuestros síntomas– qué es entonces, sino la transferencia? Este saber es una ilusión, no existe realmente en el otro, el otro en realidad no lo posee, se constituye después, por medio de nuestro –el del sujeto– funcionamiento del significante; pero es al mismo tiempo una ilusión necesaria porque podemos paradójicamente elaborar este saber sólo mediante la ilusión de que el otro ya lo posee y que nosotros solo lo estamos descubriendo.

En el síntoma, el contenido reprimido retorna desde el futuro y no desde el pasado, entonces la transferencia –la actualización de la realidad del inconsciente– nos ha de trasponer al futuro, no al pasado. El pasado existe a medida que es incluido, que entra (en) la sincrónica red del significante –es decir, a medida que es simbolizado en el tejido de la memoria histórica– y por eso estamos todo el tiempo “reescribiendo historia”, dando retroactivamente a los elementos su peso simbólico incluyéndolos en nuevos tejidos.

El síntoma como un “retorno de lo reprimido” es precisamente un efecto que procede a su causa (su núcleo oculto, su significado), y al atravesar el síntoma estamos precisamente “originando el pasado”: estamos produciendo la realidad simbólica del pasado, sucesos traumáticos olvidados hace mucho. Se tiene por lo tanto la tentación de ver en la "paradoja temporal", el así llamado ocho interno, internamente invertido: un movimiento circular, una especie de trampa en la que podemos avanzar únicamente de manera  que nos "rebasamos" en la transferencia, para encontrarlos más tarde en un punto en el que ya hemos estado. La paradoja consiste en que este rodeo superfluo, esta trampa suplementaria de rebasarnos ("viaje al futuro") no es sólo una ilusión/percepción subjetiva de un proceso objetivo que tiene lugar en la llamada realidad, independientemente de estas ilusiones. Esta trampa suplementaria es, antes bien, una condición interna, un constituyente interno del llamado proceso "objetivo": sólo por medio de este rodeo adicional, el pasado, el estado "objetivo" de cosas, llega a ser retroactivamente lo que siempre fue. La transferencia es, así pues, una ilusión, pero la cuestión es que no podemos pasarla por alto y rebasar directamente a la Verdad: la Verdad se constituye por medio de la ilusión propia de la transferencia –"la Verdad surge del falso reconocimiento" (Lacan).

La básica paradoja a la que apuntamos: el sujeto enfrenta una escena del pasado que él quiere cambiar, tener injerencia en ella, intervenir en ella; emprende un viaje al pasado, interviene en la escena, y no es que él "no pueda cambiar nada". Todo lo contrario, sólo a través de su intervención, la escena del pasado se convierte en lo que siempre fue: su intervención estuvo abarcada, incluida desde el principio. La "ilusión" inicial del sujeto consiste en olvidar simplemente incluir en la escena su propio acto, es decir, pasar por alto cómo "cuenta, es contado, y el que cuenta está ya incluido en el recuento". Esto introduce una relación entre verdad y falso reconocimiento/falsa aprehensión por la cual la Verdad, literalmente, surge del falso reconocimiento

Repetición en la historia


La estructura temporal que aquí nos importa es de tal clase que está mediada por la subjetividad: el "error" –"falta", equivocación", falso reconocimiento– llega paradójicamente antes que la verdad en relación con la cual lo designamos como "error", porque esta "verdad" llega a serlo únicamente por medio de –o, para usar un término hegeliano, por mediación de– el error. Esta estructura paradójica en la que la Verdad surge del falso reconocimiento nos da también la respuesta a la pregunta: ¿Por qué es necesaria la transferencia, por qué el análisis ha de pasar por ella? La transferencia es una ilusión esencial por medio de la cual se produce la Verdad final (el significado de un síntoma).

Esto es también lo que está en juego en la teoría de Hegel sobre el papel de la repetición en la historia: "una revolución política está generalmente sancionada por la opinión de la gente sólo cuando aquélla se renueva": puede ser lograda únicamente como repetición de un primer intento. ¿Por qué esta necesidad de repetición? Hegel desarrolló su teoría de la repetición a propósito del caso de la muerte de Julio César: cuando César consolidó su poder personal y lo fortaleció hasta proporciones imperiales, actúa "objetivamente" (en sí) de acuerdo con la verdad histórica, la necesidad histórica: puesto que la forma republicana estaba perdiendo validez, la única forma de gobierno que podía salvar la unidad del estado romano era la monarquía, un estado basado en la voluntad de un solo individuo. Pero era todavía la República la que prevalecía formalmente (por ella misma, en la opinión de la gente). A la "opinión" que todavía creía en la República, el acaparamiento de poder personal de César –que era, por supuesto, contrario al espíritu de la República– le parecía un acto arbitrario, una expresión de contingente obstinación individual: la conclusión era que si este individuo (César) fuera eliminado la República volvería a adquirir su pleno esplendor. Pero fueron precisamente los que conspiraron contra César (Bruto, Casio y los demás) quienes –siguiendo la Lógica de la “astucia de la razón”– dieron testimonio de la verdad (es decir, la necesidad histórica) de César: el resultado final, el producto del asesinato de César, fue el reino de Augusto, el primer caesar. La Verdad surge, así pues, del propio fracaso: al fallar, al errar su meta expresa, el asesinato de César cumplio la tarea que Ie había asignado, de manera maquiavélica, la historia: poner de manifiesto la necesidad histórica denunciando su propia no verdad, su propio carácter arbitrario, contingente. Todo el problema de la repetición está ahí: en este pasaje de César (el nombre de un individuo) a caesar (título del emperador romano). El asesinato de César –personalidad histórica– provocó, como resultado final, la instalación del cesarismo: César-persona se repite como César título.

La repetición es el modo en que la necesidad histórica se afirma a los ojos de la "opinión". Pero esta idea de repetición descansa en el supuesto epistemológicamente ingenuo de una necesidad histórica objetiva, que persiste independientemente de la conciencia (de la “opinión del pueblo”) y se afirma finalmente por medio de la repetición. Lo que se pierde en esta noción es el modo en que la necesidad histórica se constituye a través del falso reconocimiento, a través del fracaso inicial de la “opinión” en reconocer su verdadero carácter. El punto crucial es el estado simbólico transformado de un suceso: cuando surge por primera vez se experimenta como un trauma contingente, como una intrusión de un cierto Real no simbolizado; sólo a través de la repetición se reconoce este suceso en su necesidad simbólica y encuentra su lugar en la red simbólica; se realiza en el orden simbólico. El acontecimiento no se repite debido a alguna necesidad objetiva, independiente de nuestra inclinación subjetiva y por lo tanto irresistible, sino porque su repetición fue un pago de nuestra deuda simbólica.

La repetición anuncia el advenimiento de la Ley, del Nombre-del-Padre en lugar del padre asesinado, muerto: el acontecimiento que se repite recibe su ley retroactivamente, a través de la repetición. Por eso podemos captar la repetición hegeliana como una apropiación simbólica de un acontecimiento traumático, no simbolizado (según Lacan, la interpretación procede siempre bajo el signo del Nombre-del-Padre). Hegel fue, así pues, probablemente el primero en articular el retardo que es constitutivo del acto de interpretación: La interpretación siempre sobreviene demasiado tarde, con algún retraso, cuando el acontecimiento que se ha de interpretar se repite; el acontecimiento no puede ser ya afín a la ley en su primer advenimiento. Este mismo retardo se formula también en el Prefacio a la Filosofía del derecho de Hegel, en el famoso pasaje acerca del búho de Minerva (es decir, la comprensión filosófica de una determinada época) que emprende el vuelo solo en la tarde, después de que la época ya ha llegado a su fin. El hecho de que la “opinión del pueblo” viera en la acción de César una contingencia individual y no una expresión de la necesidad histórica, no es, por lo tanto, un simple caso de “retardo de la conciencia en relación con la efectividad”: la cuestión es que esta necesidad –que no fue reconocida por la opinión en su primera manifestación, es decir, fue confundida por una obstinación contingente– se constituye, se realiza, a través de este falso reconocimiento.

Una trampa del tiempo


La positividad propia del falso reconocimiento –el hecho de que el falso reconocimiento funcione como una instancia "productiva"– se ha de concebir de un modo más radical: el falso reconocimiento no sólo es una condición inmanente al advenimiento final de la verdad, sino que ya posee en sí mismo, por así decirlo, una dimensión ontológica positiva: descubre, hace posible una determinada entidad positiva.

El síntoma en tanto que real


El titanic como síntoma


La dialéctica de rebasarnos hacia el futuro y la modificación simultánea y retroactiva del pasado –dialéctica por la cual el error es interno a la verdad, por la que el falso reconocimiento posee una dimensión ontológica positiva– tiene, no obstante, sus límites; tropieza con una roca en la que se suspende. Esta roca es por supuesto lo Real, aquello que resiste a la simbolización: el punto traumático que siempre se yerra, pero que pese a ello siempre regresa, aunque intentemos integrarlo al orden simbólico. En la perspectiva de la última etapa de la enseñanza de Lacan, es precisamente el síntoma lo que se concibe como un núcleo real de goce, lo que persiste como un plus y retorna a través de todos los intentos de domesticar, de "gentrificarlo" (si nos está permitido usar este término adaptado para designar las estrategias de domesticar los barrios pobres como "síntomas" de nuestras ciudades), de disolverlo por media de la explicación, de poner en palabras su significado.

Para ejemplificar este giro de acento en el concepto de síntoma en la enseñanza de Lacan, tomemos un caso que hoy vuelve a atraer la atención pública: el hundimiento del Titanic. No cabe duda de que es ya un lugar común leer Titanic como un síntoma en el sentido de "nudo de significados": el hundimiento del Titanic tuvo un efecto traumático, fue una convulsión, "lo imposible sucedió", el barco inhundible se había hundido; pero la cuestion es que precisamente como una convulsión, este hundimiento llegó en su momento adecuado: aun antes de que en realidad sucediera, había ya un lugar abierto, reservado para ello en el espacio-fantasía. Tuvo un impacto tan aterrador en el imaginario social en virtud del hecho de que se esperaba.

Del síntoma al sinthome


Casi todo se convierte en cierto modo síntoma, de manera que finalmente incluso la mujer está determinada como el síntoma del hombre. Podemos hasta decir que el "síntoma" es la respuesta final de Lacan a la eterna pregunta filosófica ¿por qué hay algo en vez de nada? Este "algo" que "es" en vez de nada es ciertamente el síntoma. Podemos usar el concepto de síntoma como una especie de clave o índice que nos permite diferenciar las principales etapas del desarrollo teórico de Lacan.

Al comienzo, a principios de los años cincuenta, el síntoma era concebido como una formación simbólica, significante, como una especie de cifra; un mensaje codificado dirigido al gran Otro, que más tarde se suponía que le confería su verdadero significado. El síntoma surge donde la palabra falla, donde el circuito de la comunicación simbólica se ha roto: es una especie de "prolongación de la comunicación por otros medios"; la palabra fallida, reprimida, se articula en una forma codificada, cifrada. La implicación de esto es que el síntoma no sólo se puede interpretar sino que está, por así decirlo, formado ya con miras a su interpretación: está dirigido al gran Otro que se supone que contiene su significado. En otras palabras, no hay síntoma sin su destinatario: en la cura psicoanalítica, el síntoma siempre está dirigido al analista, es un llamado a él para que proporcione su significado oculto. También podemos decir que no hay síntoma sin transferencia, sin la posición de algún sujeto que se supone que sabe su significado.

Precisamente como un enigma, el síntoma, por así decirlo, anuncia su disolución por medio de la interpretación: la meta del psicoanálisis es restablecer la red rota de comunicación permitiendo al paciente verbalizar el significado de su síntoma: a través de esta verbalización, el síntoma se disuelve automáticamente. En su constitución misma, el síntoma implica el campo del gran Otro como congruente, completo, porque su misma formación es un llamado al Otro, el cual contiene su significado. Pero aquí empezaron los problemas: ¿por qué, a pesar de la interpretación, el síntoma no se disuelve, por qué persiste? La respuesta lacaniana es, claro está, goce. El síntoma no es sólo una respuesta cifrada, es a la vez un modo que tiene el sujeto de organizar su goce –por ello, incluso después de completada Ia interpretación, el sujeto no está dispuesto a renunciar a su síntoma; por ello "ama a su síntoma más que a sí mismo". Cuando localiza la dimensión de goce en el síntoma, Lacan procedió en dos etapas.

En primer lugar, trató de aislar esta dimensión de goce como la de fantasía, y oponer síntoma y fantasía mediante todo un conjunto de rasgos distintivos: síntoma es una formación significante que, por así decirlo, "se rebasa a sí misma" camino a su interpretación –esto es, puede ser analizada–; fantasía es una construcción inerte que no puede ser analizada, que resiste a la interpretación. El síntoma implica y se dirige a un gran Otro no tachado, congruente, que retroactivamente le conferirá su significado; fantasía implica un Otro tachado, bloqueado, cruzado, no-todo, incongruente: esta llenando un vacío en el Otro. El síntoma (por ejemplo, un tropiezo en la lengua) causa incomodidad y desagrado cuando ocurre, pero acogemos su interpretación con placer; explicamos gustosos a otros el significado de nuestros tropiezos; el "reconocimiento intersubjetivo" de los mismos es con frecuencia una fuente de satisfacción intelectual. Cuando nos abandonamos a la fantasía (por ejemplo, a soñar despiertos), sentimos un inmenso placer, pero en cambio nos causa una gran incomodidad y vergüenza confesar nuestras fantasías a otros.

De este modo también podemos articular dos etapas del proceso psicoanalítico: “interpretación de los síntomas” y “travesía de la fantasía”. Cuando confrontamos los síntomas del paciente, hemos de interpretarlos primero y penetrar a través de ellos hasta la fantasía fundamental como el núcleo del goce que está bloqueando el movimiento ulterior de la interpretación; después hemos de dar el paso crucial de atravesar la fantasía, de obtener distancia con respecto a ella, de experimentar que la formación de fantasía sólo enmascara, llena, un cierto vacío, falta, Iugar vacío en el Otro. Pero aquí surge de nuevo otro problema: ¿cómo damos razón de los pacientes de quienes no cabe duda que han atravesado su fantasía, que han obtenido distancia del marco de fantasía de su realidad, pero cuyo síntoma clave todavía persiste? ¿Cómo explicamos esto? Qué hacemos con un síntoma, con su formación patológica que persiste, no sólo más allá de la interpretación, sino incluso más allá de la fantasía? Lacan trató de responder a este reto con el concepto de sinthome. Síntoma como sinthome es una determinada formación significante penetrada de goce: es un significante como portador de jouissens, goce-en-sentido.

Lo que no hay que olvidar aquí es el estatus ontológico radical del síntoma: síntoma, concebido como sinthome, es literalmente nuestra única sustancia, el único soporte positivo de nuestro ser, el único punto que da congruencia al sujeto. En otras palabras, síntoma es el modo en que nosotros "evitamos la locura", el modo en que “escogemos algo” (la formación del síntoma) en vez de nada (autismo psicótico radical, la destrucción del universo simbólico) por medio de vincular nuestro goce a una determinada formación significante, simbólica, que asegura un mínimo de congruencia a nuestro ser-en-el-mundo. Si el síntoma en esta dimensión radical se desata, quiere decir literalmente "el fin del mundo". La única alternativa al síntoma es la nada: puro autismo, un suicidio psíquico, rendición a la pulsión de muerte y aun a la destrucción total del universo simbólico. Por ello la definición lacaniana última del fin del proceso psicoanalítico es la identificación con el síntoma. El análisis llega a su fin cuando el paciente es capaz de reconocer, en lo Real de su síntoma, el único soporte de su ser.

“En ti más que tú”


En la medida en que el sinthome es un cierto significante que no está encadenado en una red sino inmediatamente lleno, penetrado de goce, su estatus es por definición "psicosomático", el de una marca corporal aterradora que es meramente un testigo mudo que testimonia un goce repugnante, sin representar a nada ni a nadie. Desde esta perspectiva del sinthome, verdad y goce son radicalmente incompatibles: la dimensión de verdad se abre a través de nuestro falso reconocimiento de la Cosa traumática, que encarna la imposible jouissance.

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